COMO CRISTIANOS, EN lugar de luchar por nuestros derechos o privilegios, necesitamos luchar en contra de nuestro enemigo el orgullo. Una vez mi esposa y yo estábamos teniendo una fuerte discusión. En el fragor del momento, el Señor me habló: “Tu orgullo está siendo expuesto”. Al recordar Proverbios 13:10, me compungí de corazón.
Dios continuó diciendo: cada vez que tú y Lisa discuten, encontrarás al orgullo al acecho por alguna parte, y debes enfrentarlo”.
Uno podría argumentar: “¿Qué sucede si sé que tengo razón?”. Jesús respondió esta pregunta: “Resuelvan rápidamente las diferencias” (Mt. 5:25). Si se rehúsa a defenderse a sí mismo, sucederá una, si no ambas, de las siguientes situaciones: Primeramente, dejará a un lado el orgullo, lo cual abrirá sus ojos para reconocer falencias en su propio carácter, que no fueron detectadas al principio. En segundo lugar, si tiene razón, estará siguiendo el ejemplo de Cristo al darle a Dios el lugar que le corresponde como juez de la situación. “Pues Dios se complace cuando ustedes, siendo conscientes de su voluntad, sufren con paciencia cuando reciben un trato injusto . . . Pues Dios los llamó a hacer lo bueno, aunque eso signifique que tengan que sufrir, tal como Cristo sufrió por ustedes. Él es su ejemplo, y deben seguir sus pasos. Él nunca pecó y jamás engañó a nadie. No respondía cuando lo insultaban ni amenazaba con vengarse cuando sufría.
Dejaba su causa en manos de Dios, quien siempre juzga con justicia” (1 P. 2:19, 21–23).
Este es nuestro llamado: seguir el ejemplo de Cristo, quien sufrió cuando no tenía culpa alguna. Este precepto lucha contra la mente humana, ya que su lógica parece absurda. Sin embargo, la sabiduría de Dios demuestra que la humildad y la obediencia dan lugar al justo juicio de Dios. La defensa, la corrección, la reivindicación o cualquier otra respuesta que sea apropiada deben proceder de la mano de Dios, no del hombre. Un individuo que se reivindica a sí mismo no camina en la humildad de Cristo. Nadie en esta tierra posee más autoridad que Jesús y, sin embargo, nunca se defendió a sí mismo.
¡Las acusaciones en contra de Jesús eran completamente falsas! Todos los delitos por los que lo acusaban no eran ciertos. Aun así, no reprendió a sus acusadores ni se defendió a sí mismo. Su comportamiento hizo que el gobernador se maravillara de su serenidad. Nunca había visto un comportamiento semejante de parte de un hombre. (Vea Marcos 15:1–5.)
¿Por qué Jesús no se defendió a sí mismo? Lo hizo para poder permanecer bajo el juicio de su Padre y por ende su protección. Cuando nos rehusamos a defendernos, nos estamos ocultando bajo la mano de la gracia y juicio de Dios. No existe un lugar más seguro.
Cuando vayas camino al juicio con tu adversario, resuelvan rápidamente las diferencias. De no ser así, el que te acusa podría entregarte al juez, quien te entregará a un oficial y te meterán en la cárcel. Si eso sucede, te aseguro que no te pondrán en en libertad hasta que hayas pagado el último centavo” (Mt. 5:25–26). De acuerdo con esta parábola, se le
hará pagar lo que sea que su acusador demande como restitución. Usted quedará indefenso y a su merced. Cuanto mayor sea la ofensa que él tenga en su contra, menor será la clemencia que le tendrá. Exigirá hasta el último centavo de su deuda. El orgullo diría: “Defiéndanse”. Mas Jesús dijo: “resuelvan rápidamente las diferencias”. Al hacer esto, pone a un lado el orgullo y deja que Dios sea el juez de la situación. “Así que el que se vuelva tan humilde como este pequeño es el más importante en el reino del cielo” (Mt. 18:4).
Cuando nos humillamos al obedecer la Palabra de Dios, entonces su favor, su gracia y su justicia reposan sobre nosotros. Resulta difícil desarrollar esta actitud en nuestra sociedad acelerada, conveniente y cómoda. Por lo general, carecemos de la fortaleza necesaria para perseverar con paciencia. La liberación de Dios siempre llega, pero suele ser diferente de lo que esperábamos. ¡Su liberación llega llena de gloria! La humildad es el único camino al éxito verdadero y perdurable.
QUITAR LOS OBSTÁCULOS
Examine su lucha personal con el orgullo. ¿Suele defenderse a sí mismo con facilidad, o sigue el ejemplo de humildad de Cristo? Procure seguir de cerca a Jesús.
ORACIÓN
Padre, es natural desear defenderme a mí mismo; pero por el poder del Espíritu Santo, fortaléceme para seguir el ejemplo de Cristo. Procuro caminar esta senda difícil pero segura hacia tu presencia y permanecer en la seguridad de tu gracia. Cuando me traten injustamente, entregaré la ofensa en tus manos. Tú eres poderoso y capaz de manejar cualquier dificultad. Provéeme de tu respuesta y dirección. En el nombre de Jesús, amén.