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LECCION 15 EL PODER INESPERADO

[edgtf_button type=”simple” text=”“Pero yo digo: ¡ama a tus enemigos! ¡Ora por los que te persiguen! De esa manera, estarás actuando como verdadero hijo de tu Padre que está en el cielo. Pues él da la luz de su sol tanto a los malos como a los buenos y envía la lluvia sobre los justos y los injustos por igual. —MATEO 5:44–45″ target=”_self” icon_pack=”” font_weight=”” text_transform=””]

CUANDO ESTÁBAMOS RECIÉN casados, hacía algo que realmente me hería. Sucedió algunas veces, y por cada una de ellas se me acercaba y se disculpaba. Pero yo rechazaba sus disculpas. ¡Voy a creer que lo sientes cuando cambies!.

Esta respuesta para mí era infalible. Significaba que no tenía que concederle el perdón a hasta que demostrara que lo merecía. Este comportamiento continuó por algún tiempo. Cada vez que me hacía daño, me sentía más justificada al retener mi perdón. Él se disculpaba, y desde mi dolor, lo atacaba diciendo: “¡Sabía que no lo sentías! ¡Lo volviste a hacer! ¡Ni siquiera quiero escuchar tus disculpas!.

Estaba amargada y atormentada porque nunca le había concedido el perdón. Volvió a suceder, y ahora estaba enojada con mi pareja y con Dios. Me aparté para orar y pedirle al Señor que cambiara a mi esposo, y así es cómo el Espíritu Santo me respondió: no podrá cambiar hasta que le concedas el perdón.

No creo que en verdad lo lamente”, discutía. “¡Si lo lamentara, dejaría de hacerlo! ¿Por qué todo siempre es mi responsabilidad?

¿Por qué siempre tengo que ser yo la que cambie? ¡Es a mí a quién se está lastimando!”.
Dile que crees que quiere cambiar, y que lo perdonas.

Dios me había dado algunas directivas muy claras, sin hacer referencia alguna sobre el comportamiento. Quería que Dios juzgara a mi pareja, y tal vez hasta que le hablara en un sueño y lo asustara.

Pero Dios no estaba interesado en mi solución. En cambio, me presentó algunas opciones. Ahora tenía que elegir entre obedecer su orden de perdonar y librar a mi pareja o desobedecer y guardar esta ofensa. Esto iba en contra de todo lo que creía, porque se me había enseñado que la manera en que una persona demuestra que está arrepentida es cambiando de actitud.

Dios me estaba desafiando a tener misericordia de mi pareja cuando no creía que se la había ganado. Esto es lo hermoso de la misericordia. La misma no se puede ganar, se concede cuando menos la merecemos, porque es cuando más la necesitamos.

Me acerqué a mi pareja y compartí con él aquello que Dios me había mostrado. Me disculpé por castigarlo con mi falta de perdón. Lo había hecho para protegerme a mí misma, pero terminé hiriéndonos a ambos. Una vez que obedecí, el poder de Dios fue librado en nuestra situación, y tuvieron lugar la sanidad y la restauración.

Fue un momento de verdad para mi vida, y tendría que enfrentar muchos más. Algunos de ellos me llevaron a examinar mi corazón, y descubrí que no siempre me gustaba lo que encontraba allí.

Buscaba culpar a otros para aliviar mi incomodidad, porque entonces no sería responsable de mis propias acciones. ¿Correcto?

Hice esto por algún tiempo, con la esperanza de que me hiciera sentir mejor. Me había olvidado que al recordar antiguas ofensas de otros, estaba también desenterrando las mías. Asimismo, me había olvidado que si considero responsables a mis seres amados por sus pasados, entonces Dios me haría también responsable por el mío.

Recuerde que con la misma medida con la que juzgamos a otros, Dios también nos juzgará. No podemos tomar y elegir la aplicación de la Escritura según nuestras preferencias.

Jesús instruye, pero Él permite que cada individuo decida si obedecerá o no su Palabra. Jesús lidera; Él nunca fuerza a nadie a seguirle.

QUITAR LOS OBSTÁCULOS

Cuando se trata de cambiar, muchas veces culpamos a otros en lugar de examinarnos a nosotros mismos. Tome un momento y pregúntele a Dios qué cambios necesita hacer en su propio corazón y en su vida.

ORACIÓN

Señor, eres un Dios de misericordia y de gracia. Me he dado cuenta de que necesito de tu gracia y misericordia a diario, a fin de extenderlas a otros y aceptarlas como propias por medio de la sangre de Jesús. Abrazo tu perdón y abro mi corazón a ti.

Haz tu obra en mi vida; moldéame y transfórmame en una persona que te ame y resplandezca con la presencia de Jesús. Te alabo porque te ocupas de cada detalle de mi vida. Continúa guiándome en el camino hacia la intimidad contigo. En el nombre poderoso de Jesús, amén.

GUÍA PARA EL CAMINAR DIARIO

Génesis 45; 2 Pedro 1:1–15