Jehová dijo a Moisés: Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana; y laven sus vestidos, y estén preparados para el día tercero, porque al tercer día Jehová descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte de Sinaí.
—ÉXODO 19:10–11, RVR60
ISRAEL ACABADA DE partir de Egipto y fue guiado por Moisés al monte Sinaí, en donde Dios revelaría su gloria. Moisés les habló a los israelitas, pero sus palabras también nos hablan a nosotros. Antes de que la gloria de Dios fuera manifiesta, el pueblo debía santificarse.
En la mañana del tercer día, retumbaron truenos y destellaron relámpagos, y una nube densa descendió sobre el monte. Se oyó un fuerte y prolongado toque de cuerno de carnero, y todo el pueblo tembló. Moisés llevó a la multitud fuera del campamento para encontrarse con Dios, y todos se pararon al pie de la montaña. El monte Sinaí estaba totalmente cubierto de humo, porque el SEÑOR había descendido sobre él en forma de fuego. Nubes de humo subían al cielo como el humo que sale de un horno de ladrillos, y todo el monte se sacudía violentamente. —ÉXODO 19:16–18
La manifestación de Dios no solo fue vista, sino que también fue oída. Cuando Moisés habló, Dios le respondió en presencia de todos. Hoy muchas veces se alude al Señor como nuestro amigo, en el sentido informal de casi un compañero.
Si pudiéramos llegar a vislumbrar aquello que Moisés y los hijos de Israel vieron,
cambiaríamos de parecer de manera significativa. Él es el Señor, ¡y no ha cambiado! Lea atentamente la reacción de los hijos de Israel cuando Dios descendió:
Cuando los israelitas oyeron los truenos y el toque fuerte del cuerno de carnero y vieron los destellos de relámpagos y el humo que salía del monte, se mantuvieron a distancia, temblando de miedo. Entonces le dijeron a Moisés: —¡Háblanos tú y te escucharemos, pero que no nos hable Dios directamente, porque moriremos! —ÉXODO 20:18–19
Observe que el pueblo tembló y mantuvo distancia. Ya no querían escuchar la voz audible de Dios. Tampoco querían verle o estar en presencia de su gloria; fueron incapaces de resistirla.
Y Moisés respondió al pueblo: No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis” (Éx. 20:20, RVR60).
Este versículo hace una distinción entre tenerle miedo a Dios y temerle a Él.
Moisés tenía temor de Dios, pero el pueblo no. Es una verdad infalible el hecho de que si no tememos a Dios, tendremos miedo de Él ante la revelación de su gloria, porque cada rodilla se doblará, ya sea por temor santo o por miedo. (Vea 2 Corintios 5:10–11.)
Vea la diferencia sobre cómo respondieron ante la gloria manifiesta de Dios: Israel mantuvo distancia, pero Moisés se acercó. Esta es una ilustración de las diferentes respuestas de los creyentes hoy en día. Al igual que Moisés, necesitamos del temor de Dios, a fin de que podamos acercarnos hacia la santa presencia de Dios.
QUITAR LOS OBSTÁCULOS
Haga una pausa y considere su relación con el Señor. ¿Es del tipo de relación relajada de “amigos” o la misma se basa en el temor del Señor y en la revelación de quién es Él en verdad? Tome algunos momentos y medite en la gloria y magnificencia de Dios.
ORACIÓN
Dios Padre, quiero acercarme a ti y entrar en tu presencia. No quiero tomar distancia de ti. Sé que eres santo y glorioso. Celebro tu amor en mi vida. Enséñame más acerca del temor del Señor. Quiero seguir el ejemplo fiel de Moisés y cómo te vio cara a cara. No quiero comportarme como los israelitas, manteniendo distancia de ti. Gracias por la sangre de Jesús. Gracias porque Jesús cargó con mis pecados y ahora puedo tener una relación contigo. Fortalece mi caminar por el camino a tu presencia. En el nombre de Jesús, amén.
GUÍA PARA EL CAMINAR DIARIO
Malaquías 3–4