
1Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso. 2Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. 3Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra. 4Entrando Naamán a su señor, le relató diciendo: Así y así ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel.
Introducción
El relato que leemos en el segundo libro de Reyes, capítulo 5, sucedió hace más o menos
2.800 años, sin embargo, permanece siendo impactante para nosotros cuando lo leemos hoy,
más todavía tomando en cuenta lo que dijo Jesús en Lucas 4:27: “Y muchos leprosos había en
Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio.”
Cuán grande fue la misericordia de Dios con un general del ejército de uno de los enemigos
más acérrimos del pueblo de Israel. Pero, ¿quién fue el instrumento útil en la mano del Señor
para mostrar su poder a Naamán? Una joven esclava cuyo nombre no conocemos.
En este relato, Vemos, por un lado, al poderoso, valiente y exitoso general del rey de Siria.
Él era considerado como un héroe en su país. Sin embargo, todos sus actos heroicos y todas
las glorias enumeradas, no podían sobreponerse a su verdadero estado: él era leproso, y por
eso estaba amenazado de muerte.

– Su poderío exterior no podía triunfar sobre la impotencia de su desesperante situación.
– Era rico, poderoso, honrado y reconocido ante la sociedad, pero leproso, es decir,
condenado a una muerte prematura.
Por otro lado, vemos a una joven niña desvalida, que había sido raptada de Israel y ahora
se encontraba en esclavitud entre los sirios.
Sin embargo, el gran poder de Dios se hace visible a través de ella, por medio de su sencilla
indicación. A ella la podríamos comparar con la Iglesia. Aunque su fuerza era pequeña, ella
conocía al Dios Todopoderoso y fue un instrumento útil en Su mano para gloria de Su nombre.
Ella no dio una disertación teológica muy elaborada, sino únicamente una simple indicación y
un breve, pero convincente, testimonio.
“La guerra es cruel. La niña había sido llevada de su casa a un país enemigo, aparentemente olvidada de Dios y sin consuelo ni esperanza.
La vida no parecía ofrecerle gran cosa, y podría haberse amargado si se hubiera dedicado a
pensar en sí misma y en su desgracia. Pero aún en tierra extraña, Dios tenía un servicio para
que ella lo realizara.
La joven cautiva vivía como esclava, obligada a servir en la casa del capitán de los ejércitos
que habían derrotado a Israel.
Sin embargo, debe haber prestado un servicio fiel; de lo contrario no habría sido empleada en
la casa de un funcionario tan importante.
Aunque cautiva, la joven no se olvidaba de su patria ni de su Dios.
Tampoco pensaba mal de los que la habían apresado y la obligaban a una servidumbre
forzada.
Con el corazón lleno de amor para Dios, simpatizó con su amo enfermo y con su esposa.
En vez de desearle mal a Naamán por las desgracias que le habían ocurrido a ella, le deseó el bien y que sanara de su terrible enfermedad.
Creyó que lo que Dios había hecho mediante su siervo en Israel también podría realizarlo en favor de un extranjero”.
El agente para plantar el conocimiento de Dios en el gobierno de Siria fue esta esclava joven hebrea.
Ella compartió su fe inconmovible en el poder que Dios tiene para sanar y cambiar vidas.
Así como Daniel y sus compañeros en Babilonia, ella fue capaz de transformar su propia
adversidad en una manera de glorificar a Dios y, de este modo, Dios transformó su cautividad en una oportunidad de compartir su fe.
Conclusión
Esta joven joven, desconocida, sin nombre, insignificante y prisionera, es usada como un instrumento en las manos de Dios para salvación de Naamán, de la misma manera que el grande, conocido y poderoso profeta Eliseo que vivía en libertad.
No importa el lugar donde estemos. No importa la posición que ocupemos, no importa las circunstancias que vivimos, no importa la edad que tengamos, no importa de qué sexo seamos; si en realidad creemos en Dios y amamos a su pueblo y a su iglesia, debemos esforzarnos para creer que estamos donde estamos, somos lo que somos, y tenemos lo que tenemos, porque Dios quiere que en donde estemos, lo que somos, lo que tenemos, lo representemos a Él y ganemos personas para su reino.