
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Introducción
Para romper el hielo:
¿Cual es el país del mundo que te gustaría conocer? ¿Por qué?
¿Cual crees que es el presidente del mundo más amado y recordado? ¿Qué sabes de él? ¿Cual
ha sido la noticia reciente que más les ha sorprendido y por qué?
Al mediodía, Juan levantó el puente para que pudieran pasar algunas barcas que se acercaban.
Como no pasaría ningún tren por un rato, se fue con su hijo a la cubierta de observación. Allí́
abrió́ una bolsa color marrón y almorzaron lo que llevaban en ella. Mientras comían, Juan le
contaba a su hijito algunas historias de varias barcas que habían pasado y del gran temporal
que provocó que el río Mississippi se saliera de sus riberas. Cuando Juan estaba contando esta
historia, se asustó por el pitido de la bocina de un tren a la distancia. Miró su reloj, marcaba las
13:07. ¡Había olvidado el expreso para la ciudad de Memphis! Con 400 personas a bordo,
cruzaría el puente en pocos momentos.

De prisa se levantó Juan y corrió́ hasta la casa de
control. Puso su mano sobre la palanca de mando y el puente comenzó́ a bajarse.
Al echar un vistazo hacia abajo para ver si no había alguna barca, lo que vio, hizo que se le
helara la sangre. ¡El pequeño Greg había caído de la cubierta de observación y estaba colgando
entre los inmensos engranajes que hacían subir y bajar el puente! La pierna izquierda del
pequeño estaba entre los dientes de los dos engranajes principales. Juan sabia que, si empujaba
la palanca para bajar el puente, su hijo moriría destrozado por los 400 kilos de acero de aquellos
engranajes.
Su mente se estremeció́ de pánico y desesperación. No tuvo manera de librar a su hijo antes que
el tren llegara al puente. Otra vez la bocina del ferrocarril sonó́ con fuerza. Pudo oír el traqueteo
de las ruedas de la locomotora y el rápido resoplido del motor, mientras se acercaba más y más
al puente, que aun estaba levantado. Traía 400 pasajeros, 400 almas a bordo, los cuales
morirían si él no bajaba el puente pronto.
Juan era el padre, y el que estaba en los engranajes era su hijo. El sabía lo que tenia que hacer.
Empujó la palanca para hacer que los engranajes bajaran el puente, y el “Expreso Memphis”
pasó tronando. Juan Griffith, este amante padre había sacrificado a su hijo para salvar la vida
de todos los pasajeros del tren.
La angustia y el profundo dolor de este padre, ilustra para nosotros la agonía y el sufrimiento de
nuestro Padre celestial cuando permitió́ el sacrificio de su único Hijo para construir ese puente
que nos permitiese a todos nosotros en la tierra, obtener la vida eterna.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. (Juan 3:16).
El divino Hijo de Dios desmayaba y se moría. El Padre envió́ a un mensajero de su presencia para que fortaleciera a su hijo, y le ayudara a pisar la senda ensangrentada.
Si los mortales hubiesen podido ver el pesar y asombro de la hueste angélica al contemplar en silencioso dolor como el Padre separaba sus rayos de luz, su amor y gloria, del amado Hijo de su seno, comprenderían mejor cuán ofensivo es el pecado a la vista de Dios.
Romanos 5:8
La espada de la justicia iba a ser desenvainada contra su amado Hijo.
Con un beso fue entregado en manos de sus enemigos y llevado apresuradamente al tribunal
terrenal, donde había de ser ridiculizado y condenado a muerte por mortales pecaminosos.
Allí́, el glorioso Hijo de Dios fue “herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros
pecados” Isaías 53:5. Soportó burlas, insultos e ignominiosos abusos, hasta que “fue
desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los
hombres”.
La naturaleza inanimada gemía y simpatizaba con su Autor que sangraba y perecía.
La tierra tembló́. El sol se negó́ a contemplar la escena. Los cielos se cubrieron de tinieblas.
Los ángeles presenciaron la escena del sufrimiento hasta que no pudieron mirarla más, y
apartaron sus rostros del horrendo espectáculo. ¡Cristo moría en medio de la desesperación!
Había desaparecido la sonrisa de aprobación del Padre, y a los ángeles no se les permitía aliviare dolor de esta hora atroz.
Solo podían contemplar con asombro a su amado General, la Majestad del cielo, que sufría la
penalidad que merecía la transgresión del hombre.
Conclusión
Cristo, adorado en el cielo, dejó la pureza, la paz y el gozo del Paraíso para cumplir la misión
divina en este mundo oscuro y lleno de pecado.
Su misión era clara: buscar y salvar a los perdidos. Desde el comienzo, la misión divina sigue
siendo la misma y, a lo largo de los siglos, Dios ha enviado misioneros a cumplir sus propósitos
de salvación.
Actividad misionera para esta semana
Dilo a cinco. Que cada integrante del Grupo Pequeño escriba en una tarjeta el nombre de cinco
amigos y familiares y empiece a acercarse a ellos, mostrándoles
simpatía, ganándose su confianza, supliendo sus necesidades, con el propósito de llevarlos a
Cristo.