“¡Oh, si siempre tuvieran un corazón así, si estuvieran dispuestos a temerme y a obedecer todos mis mandatos! Entonces siempre les iría bien a ellos y a sus descendientes. —DEUTERONOMIO 5:29
DURANTE LOS TIEMPOS de la iglesia primitiva del Nuevo Testamento, Ananías y su esposa, Safira, llevaron una ofrenda de una propiedad que vendieron. (Vea Hechos 5:1–10.) Mintieron al llevar solo una parte de la ofrenda. (Muchos la habrían considerado solo una “mentira piadosa”). Ambos cayeron al suelo y murieron porque mintieron sobre la suma de dinero en presencia de la gloria de Dios.
Solía preguntarme por qué las personas que en la actualidad han hecho lo mismo en presencia de predicadores no han fallecido también. La respuesta es porque la presencia de Dios era más poderosa en los tiempos del libro de los Hechos de lo que es hoy. Por ejemplo, Hechos relata que a continuación de este incidente, Pedro caminaba por las calles de Jerusalén y los enfermos eran sanados cuando la sombra de Pedro caía sobre ellos (Hechos 5:15).
Hoy no vemos tales milagros. Sin embargo, cuando la presencia y la gloria de Dios aumenten, habrá relatos similares al de Hechos 5.
Observe qué sucedió después de que Ananías y Safira cayeran muertos: “Gran temor se apoderó de toda la iglesia y de todos los que oyeron lo que había sucedido” (Hechos 5:11). Estos creyentes se dieron cuenta de que necesitaban reconsiderar su trato ante la presencia y unción de Dios. Dios dice: “En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado” (Lv. 10:3, RVR60).
Dios retendrá su gloria para probarnos y prepararnos. ¿Seremos reverentes aun cuando su presencia no es manifiesta? En tantas maneras la iglesia moderna se comporta como los hijos de Israel. Cuando Dios dividió el mar Rojo, los hizo cruzar en tierra seca y luego hundió a sus enemigos en el mar, cantaron, danzaron y festejaron su victoria (Éxodo 15:1–21). Sin embargo, unos pocos días después, cuando su gran poder no era evidente, y escaseaba el alimento y la bebida, el pueblo murmuró contra Dios (Éxodo 15:22–24).
Más tarde, Moisés llevó al pueblo al Monte Sinaí para consagrarlos a Dios. Dios descendió a la vista de todo el pueblo sobre el monte. Entonces Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios. Éxodo 20:18 dice: “Cuando los israelitas oyeron los truenos y el toque fuerte del cuerno de carnero y vieron los destellos de relámpagos y el humo que salía del monte, se mantuvieron a distancia, temblando de miedo”. Retrocedieron con temor por sus propias vidas, porque amaban más sus propias vidas que a Dios.
Entonces le dijeron a Moisés:
—¡Háblanos tú y te escucharemos, pero que no nos hable Dios directamente, porque moriremos!
—¡No tengan miedo! —les respondió Moisés—, porque Dios ha venido de esta manera para ponerlos a prueba y para que su temor hacia él les impida pecar.
Observe que el temor de Dios le da poder sobre el pecado. Proverbios 16:6 dice: “Con el temor del SEÑOR.
El relato en Éxodo continúa:
“Así que el pueblo se mantuvo a distancia, pero Moisés se acercó a la nube oscura donde estaba Dios” (Éxodo 20:21).
El pueblo retrocedió mientras que Moisés se acercó.
Moisés temía a Dios. Por tanto, no tenía miedo. No obstante, el pueblo no temía a Dios y estaba atemorizado. El temor de Dios lo acerca a la presencia de Dios, no lo aparta de ella. Pero el temor del hombre hace que se aparte de Dios y de su gloria.
Cuando estamos ligados al temor del hombre, nos sentiremos más cómodos en la presencia de los hombres que en la presencia de Dios, ¡incluso en la iglesia! Esto se debe a que la presencia de Dios descubre nuestros corazones y trae convicción. (Vea Lucas 12:2–5.) Oh, que podamos temer a Dios y no al hombre. Por tanto, debemos obedecer sus mandamientos al continuar por el camino a su presencia.
QUITAR LOS OBSTÁCULOS
¿Corre hacia la presencia de Dios o, a menudo, retrocede? Pídale a Dios que descubra su corazón y exponga sus intenciones por no anhelar más profundamente la presencia de Dios.
ORACIÓN
Señor, la Escritura nos dice que somos bendecidos porque creemos en ti aunque nuestros ojos no puedan verte. Al estudiar tu Palabra sobre el temor de Jehová, haz que mi fe aumente. No quiero solo decir que te temo, ¡sino deseo vivirlo! Me propongo obedecer tus mandamientos y crecer en el conocimiento de tu persona. Estoy agradecido porque el temor del Señor me viste de poder para conquistar el pecado. Por medio de tu gracia poderosa confiaré en ti y me acercaré a tu presencia. Entrego en tus manos poderosas toda necesidad durante cada hora de este día. En el nombre de Jesús, amén.
GUÍA PARA EL CAMINAR DIARIO
Éxodo 19–20