“Dios usa todo para que se cumpla su voluntad”
Introducción:
Coloca un dedo en cada una de tus sienes. Ahora eleva esta oración: Gracias, Señor, por mis amígdalas cerebrales. Gracias, Señor, por los dos conjuntos de circuitos neuronales en forma de almendra que tengo en mi cerebro. No estaría vivo sin ellas.
Y es verdad, no estarías vivo. Gracias a tus amígdalas cerebrales, retrocediste en el borde de la acera cuando el auto tocó la bocina y bajaste la cabeza cuando la pelota de béisbol venía en tu dirección.
- Tus amígdalas cerebrales funcionan como un sistema de alarma.
Si un intruso rompe una ventana o intenta abrir el cerrojo de la puerta de tu casa, el sistema de seguridad de tu casa te avisa. ¡Campanas, alarmas, bocinas, luces! ¡Levántate, corre y busca un lugar seguro! El sistema te alerta antes que tengas tiempo de pensar en ello”
– Las amígdalas cerebrales hacen lo mismo.
No pensamos conscientemente: Se acerca un auto. Estoy en su camino. El auto es grande; yo soy pequeño. El auto es rápido; yo soy lento. Mejor es que me mueva, No.
- Las amígdalas cerebrales estimulan una reacción antes de que sepamos que hace falta una. Y, cuando las amígdalas cerebrales lo ordenan, el resto del cuerpo reacciona. Nuestras pupilas se dilatan, y mejora nuestra visión.
- Respiramos más rápido, para que entre más oxígeno en nuestros pulmones. Nuestras pulsaciones aumentan, para que llegue más sangre a nuestro sistema. La adrenalina nos transforma en Hércules.
- Somos más rápidos, más fuertes y más capaces de escapar del peligro o de lidiar con él.
- Estamos listos para pelear o huir, de pronto más rápidos, con más fuerzas .
Apreciamos nuestras amígdalas cerebrales.
“La ansiedad perpetua es como tener amígdalas cerebrales con un dedo inquieto en el gatillo.”
- Ven un lunar en la piel y piensan en cáncer. Notan un bajón en la economía y piensan en una recesión. Escuchan a los adolescentes quejarse y concluyen: van a usar drogas antes de irse de la casa.
- La ansiedad perpetua es el sistema de alarma mental que nunca se apaga.
La ansiedad limitada es útil.
Necesitamos ser alertados ante el peligro. Lo que no necesitamos es vivir todo el tiempo en un estado de alerta máxima.
La buena noticia es esta: ¡Dios puede calmar nuestras amígdalas cerebrales! Y sin duda podría usar las palabras del apóstol Pablo para hacerlo. Pablo nos exhorta:
«Alégrense siempre en el Señor» Filipenses 4:4 NVI.
No solo en los días de cobro, los viernes, los días buenos o en tu cumpleaños. Sino alégrense siempre en el Señor.
¿Alégrense siempre en el Señor?
«Sí, claro», masculla el lector desde su cama en el hospital.
«¿Cómo?», suspira el papá desempleado. «¿Siempre?», cuestiona la mamá con el bebé que nació con una discapacidad.
Una cosa es alegrarte en el Señor cuando la vida te sonríe, pero ¿qué tal cuando todo está en tu contra?
José conoció este reto.
Este héroe del Antiguo Testamento precedió al apóstol Pablo por cerca de veinte siglos. Sin embargo, ambos conocieron el reto del encarcelamiento.
La prisión de José era húmeda y oscura; con celdas subterráneas y sin ventanas, comida rancia y agua amarga. No tenía manera de salir.
- Ni tenía ningún amigo que lo ayudara. Él pensó que sí. José se había hecho amigo de dos hombres de la corte de Faraón.
- Uno era copero, el otro panadero, y ambos estaban preocupados por sus sueños.
- José tenía un talento natural para interpretar sueños y se ofreció a ayudarlos. Las noticias para el panadero no eran buenas («Pon tus asuntos en orden; vas a morir»), pero sí eran buenas para el copero («Empaca tus maletas; vas a regresar a servir a Faraón»). José le pidió al copero que lo recomendara.
El copero acordó que lo haría. El corazón de José se aceleró; sus esperanzas aumentaron. Mantenía un ojo en la puerta de su celda, en espera de que lo liberaran en cualquier momento, El Copero no se acordó. Génesis 40:23. NVI