¿Quién nos apartará del amor de Cristo?, ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia?... Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.
ROMANOS 8:35-39 (NVI)
Este desafiante y reconfortante pasaje nos asegura el profundo amor de Dios por nosotros como Sus hijos. Y es una promesa para ti, si alguna vez te has preguntado, Si Dios me ama, ¿por qué sufro?
Este texto es un reto, ya que describe a nuestros antepasados, aquellos cristianos perseguidos, sufriendo la separación de sus familias, amigos, casas, posesiones, incluso la vida misma. Sin embargo, Pablo los consuela a ellos y a nosotros, asegurándonos a todos que
¡NADA NOS PUEDE SEPARAR DEL ABRAZO AMOROSO DE DIOS!
El pasaje también es difícil porque todos aquellos que sufren son identificados como hijos de Dios:
“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: ‘Abba Padre’ El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria.” (Romanos 8:14-17 NVI).
El Amor de Dios, la relación íntima de Dios con sus hijos no disminuye, de hecho se fortalece con el sufrimiento.
El sufrimiento no significa que no somos amados por Dios, o que Él esté disgustado o decepcionado de nosotros. Recuerda, Jesús anima a los que ama,
“Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33 NVI).